martes, 15 de abril de 2008

Entrevista a Joan Fontcuberta




«Nuestro comportamiento depende del salvaje atávico que llevamos dentro»

Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) Fotógrafo, profesor, ensayista, promotor y fundador de diversos festivales de fotografía; fue en 1996 director artístico del Festival Internacional de Fotografía de Arles. Premio David Octavious Hill por la Fotografisches Akademie GDL de Alemania en 1988, Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres por el Ministerio de Cultura en Francia en 1994, y Premio Nacional de Fotografía de España en 1998. Su obra se encuentra en los más importantes museos de arte contemporáneo

(Tomado de laverdad.es)
16.04.08 -
ANTONIO ARCO
Reconozco que nunca he estado en La Mar de Músicas, pero cuando recibí la invitación para realizar el cartel, a través de la galería T20, y comprobé la calidad de la convocatoria, me apeteció mucho hacer algo que estuviese a la altura,», dice desde Andorra, donde se encuentra protagonizando unos cursos de Fotografía,

-¿Por qué Man Ray?-
Para mí no es un mito muerto, ni un creador fosilizado; sigue influyendo en los creadores de nuestro tiempo, y decidí hacer esta obra derivada.

-¿Con qué fin?-
Por un lado, lo que se percibe a primera vista cuando se mira el cartel es la pasión por la música; la protagonista es la música. En un segundo nivel, que requiere de la intervención del espectador, nos encontramos con cientos de imágenes que tienen que ver con el festival: con la abundancia, calidad y diversidad de su programación. Son 1.600 pequeñas imágenes sacadas de Internet. Las localicé aplicando como criterio de búsqueda la programación de La Mar de Músicas.

-¿Sigue buscando espectadores interesados en no dejarse manipular?-
Sí. Evidentemente, es necesario que emerja una conciencia crítica, que haya voluntad de saber interpretar las imágenes conociendo exactamente cuáles son las condiciones, las circunstancias, las intenciones que subyacen en ellas. Pero aunque el espectador no quiera dejarse manipular nunca, el proceso de manipulación muchas veces queda oculto, camuflado, y es difícil de descubrir.

Capaces de controlar

-Está empeñado en humanizar una sociedad cada vez más maquinizada. Pero, ¿cómo hacerlo? -
Siendo capaces de controlar a la técnica y no permitiendo que la técnica nos controle a nosotros. Los creadores somos despertadores de conciencias, agitadores que deben denunciar las situaciones de conformidad, las rutinas, el hecho de que la gente se apoltrone en ese estado. -

También son muchos los creadores que participan de la conformidad y la rutina.
-Sí, es lamentable. Hay mucha gente que encuentra en el no pensar un cierto placer, una cierta razón de ser. Lo que pasa es que esto, a la larga, se paga caro. Se paga con falta de libertad, de felicidad, de democracia...; a la larga, el no tener una conciencia despierta conduce a la bobería, a no aprovecharse de la oferta que nos da la vida.

-A usted sólo le interesa la información en la medida en que aporta conocimiento.
-Es que la paradoja de nuestra era consiste precisamente en el divorcio entre información y conocimiento. Nunca con anterioridad habíamos recibido un flujo tan exuberante de datos y noticias, pero ese capital ya no garantiza el enriquecimiento de nuestro espíritu ni una mayor facilidad para tomar decisiones, porque resulta indigesto y nos bloquea. La velocidad y la densidad de la información impiden la discriminación y la reflexión. Nos convertimos en agentes receptores de una información que consumimos, pero que no pensamos. De este modo, la información nos hace ignorantes. Y la ignorancia nos hace sumisos. Porque, tal como decían los presocráticos, sólo quien lo sabe todo, no teme nada. Y sólo el que teme puede ser oprimido.

-Los avances en las tecnologías de la información prosiguen a toda velocidad.
-La intensidad con que esta cultura mediática impone su ley se ha visto acelerada por los vertiginosos avances en las tecnologías de la información. El pensamiento tecnocientífico que las ha hecho posible entabla con nosotros un diálogo ambivalente, entre el recelo y el entusiasmo. Desconfiamos de la tecnología como los ludditas boicotearon las máquinas durante la Revolución Industrial para evitar la pérdida de puestos de trabajo.
© Joan Fontcuberta /The Miracle of Cephalopodization

Partícula insignificante
-¿Cómo anda de orgullo la Humanidad, sobre la que a usted le gusta ironizar?
-Mal. El orgullo de la humanidad ha sido sacudido una vez más. Primero fue descubrir que nuestro mundo no era el centro del universo, sino una simple partícula insignificante; luego aprender que la peripecia de Adán, Eva, la manzana y la serpiente era sólo una bonita metáfora, pero que en realidad nuestra especie desciende de una variedad evolucionada de los simios. Luego, el doctor Freud remató la faena explicándonos que ni siquiera éramos dueños de nosotros mismos, sino que nuestro comportamiento depende del salvaje atávico que llevamos dentro. Después vimos cómo Deep Blue fue capaz de vencer a nuestro mejor campeón de ajedrez. Nuestro más preciado tesoro -la inteligencia- se ve superado por la máquina. Realmente no estamos lejos de esos argumentos de ciencia-ficción en los que las máquinas se emancipan del control humano y plantan batalla.

-¿Sigue atento a las consecuencias de tantas mentiras como los humanos fabricamos?
-Desde niños nos cuentan muchas mentiras. Algunas son poéticas, otras no lo son tanto. El caso es que cuando nos hacemos adultos, nos las siguen contando. Recapacitando, la cuestión importante sería la siguiente: ¿Cuánta verdad hay en lo que nos han dicho en casa, en la escuela, en la universidad? ¿Qué hay de verdad en los libros y en los museos? ¿Qué hay de verdad en lo que ahora nos dicen los periódicos y la televisión? Por ejemplo, ¿realmente el hombre ha pisado la Luna? Aparentemente sí: no sólo nos fiamos de quien nos lo ha contado, sino que también hemos visto las fotografías y las retransmisiones televisivas. La verdad utiliza como ortopedia unos medios encaminados a proporcionar evidencia. La fotografía se nos presenta como uno de los más cercanos, pero, por extensión, podríamos hablar de toda clase de sistemas generadores de mensajes icónicos, producidos por un aparato óptico -la lente- que permite un registro directo de lo real. Pero estos medios, ahora nos damos cuenta, son fácilmente manipulables; la objetividad nos les resulta inherente, como parecía en un principio, sino un anhelo posible entre muchos otros. Un anhelo que cada vez resulta más utópico.
© Joan Fontcuberta /UFO, 2005

-Su obra se adentra gustosa en el binomio ciencia-arte, ¿por qué?-
La divergencia entre ciencia y arte ha originado ciertos tópicos cada vez más insostenibles, como que a la ciencia le corresponde suministrar un conocimiento objetivo y racional de las cosas, mientras que el arte se movería en el terreno de la subjetividad y la intuición. Uno situaría sus facultades en el hemisferio derecho del cerebro y el otro, en el izquierdo. La ciencia propondría teorías y el arte, poéticas. Se conviene también que para la ciencia resulta vital trabajar con la realidad y con lo tangible y el arte, en cambio, lo hace con la ficción y con lo imaginario. Es curioso: términos físicos como agujeros negros, principio de incertidumbre, tienen una innegable resonancia poética; del otro lado, cuando los artistas hablan de investigar y de ensayos, se les puede suponer perfectamente instalados en un laboratorio científico.

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