Bajo la curaduría de Gustavo Buntinx, este jueves 17 de mayo, a
las 7:30 de la noche, la Bienal de Fotografía de Lima inaugura
en el Museo de Arte Italiano una de sus exposiciones más
complejas y ambiciosas, con numerosos materiales inéditos y varias revelaciones
sorprendentes. Se trata de una intensa revisión crítica de la obra de
Juan Manuel Figueroa Aznar (1878 – 1951), cuya trayectoria aún
poco reconocida fue sin embargo esencial para ciertos desarrollos cruciales en
la cultura peruana del siglo XX.
Son notables los aportes de Figueroa Aznar al indigenismo cuzqueño, por ejemplo,
y a la fascinación neo-incaica, tanto en sus expresiones más complejas como en
las derivaciones kitsch de ambas expresiones entrelazadas. Resultan además
verosímiles las varias versiones que le adjudican el diseño de la marca de
fósforos “La llama”, ese ícono culmen del imaginario comercial peruanista. Pero
son incluso más significativas sus intervenciones en lo que la exposición
denomina el travestismo cultural, esa tendencia indumentaria que lleva a
intelectuales e incluso hacendados y comerciantes de formación europea a asumir
los atavíos de campesinos andinos –al menos para la foto. Esto último resulta decisivo: Figueroa Aznar es uno de los maestros de la pose,
constituyéndose por ese y otros motivos en uno de los protagonistas decisivos de
la ahora denominada Escuela Cuzqueña de Fotografía, llegando a mantener
importantes vínculos personales y profesionales con Martín Chambi.
Nacido
en Ancash y criado en Lima, a principios del siglo XX Figueroa Aznar recorrió
Sudamérica y trabajó en los mejores estudios fotográficos de Arequipa. Hacia
1904, sin embargo, se radica en el Cuzco ejerciendo desde entonces una amplia
influencia sobre la escena cultural nueva y revolucionaria que estaba allí en
germen. Una influencia varia: la de Juan Manuel fue una creatividad múltiple y
densa que alternó libremente entre las artes fotográficas y las plásticas y las
escénicas, articulándolas con resultados híbridos que ponen en elocuente
evidencia las complejidades y contradicciones de una sociedad en transición y
trance.
Las ilusiones de una época y de una sociedad: Figueroa Aznar se ubica tanto en
la culminación tardía de la tradición señorial en el sur andino como en los
inicios de las nuevas tendencias incaistas e indigenistas. Sus aportes a cada
una de esas instancias resultan llamativos, introduciendo con frecuencia en
ellas elementos de insólita modernidad y singular auto-conciencia artística.
Exploraciones conjugadas con una experiencia vital impresionante, que lo lleva a
también asumir cargos públicos desde los que tuvo un papel importante en la
construcción de nuevas vías que vincularan al Cuzco con el Oriente y las selvas
de Madre de Dios. Todo ello desde una relación sostenida con el sentimiento –el
sentimentalismo casi– hacia la tierra y lo propio y lo nativo que caracteriza la
sensibilidad de ciertas elites rurales a las que Figueroa Aznar se vinculó
íntimamente en 1908 al contraer matrimonio con Ubaldina Yábar Almanza
(1892-1999), integrante de una de las familias más relevantes de Paucartambo.
Buena parte de lo más incisivo de la obra de Juan Manuel tiene que ver con las
difíciles y complejas relaciones entre hacendados y campesinos –entre “blancos”, “mestizos” e “indios”– en esa
sociedad semi-feudal, la negociación de la diferencia, en los términos acuñados
por la curaduría.
La exposición procura hacer justicia a esas intensidades múltiples, procurando
poner en evidencia crítica la complejidad de sus significaciones tanto
históricas como culturales. Contrastando, por ejemplo, la atención puesta por
Figueroa Aznar a las ruinas prehispánicas (son magníficas sus fotografías de
Machu Picchu) con su interés constante por el registro de los avances
tecnológicos y comunicacionales (puentes, carreteras, vías férreas). O
confrontando los logros preciosistas de sus retratos elegantes con cierta mirada
dramática que excepcionalmente se vuelca sobre la miseria popular e
indígena.
Ese permanente juego de contrapuntos encuentra una cierta culminación en las
escenografías y representaciones teatrales de la Misión de Arte Incaico,
organizada en 1923 para el deslumbre de los públicos más cosmopolitas de Buenos
Aires (en el Teatro Colón, nada menos) y Montevideo. Pasando por la capital
andina de La Paz.
Todo ello se encuentra resumido en una muestra que
procura reunir lo más representativo de la obra supérstite y ubicable de
Figueroa Aznar en cada una de sus prácticas principales: fotografías,
foto-óleos, pinturas, esculturas, bocetos. También registros de piezas
importantes pero imposibles de trasladar, como la docena de murales que
actualmente se desmoronan en una hacienda abandonada entre el Cusco y
Abancay.
Ese deterioro es tal vez el subtexto principal de la exposición. Hace décadas
que ya no existe la sociedad auscultada por este rescate incisivo. Cientos de
imágenes ofrecidas como los fragmentos elocuentes de una ruina histórica: el
esplendor y ocaso del Cusco señorial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario